Aunque está un poco adormilada ella siempre sabe que esta ahí. Lo siente. El calor que emana cerca de su cuerpo. La suave inclinación del colchón que se hunde levemente hacia él. Hacia su contextura de 90 kilos de peso y que abarca un buen porcentaje de la cama. Y ella sabe que está ahí sobre todo por el vaivén sonoro que inunda el cuarto. Que se extiende por el ambiente, como las ondas que genera la gota de agua en el estanque. Son como olas, y ha aprendido a montarlas. Ella piensa que hasta tienen ritmo. Que se puede tararear una melodía a ese son, y se imagina bailando al compás.
Ella sabe que sabe que el está ahí y que no está. Cuando arrecia el concierto respiratorio es que el se sumerge en su otro mundo, el onírico. Esta de cuerpo, no esta de consciencia. Ella quisiera adentrarse en su mente para saber que sueña. Le gustaría recorrer con el también esa otra vida tal como lo hace en esta. Le agrada verle el rostro envuelto en ese halo de ensoñación. Ver los gestos de su boca cada vez que exhala una nota. Se ve tan vulnerable, casi infantil.
Pero cuando el cansancio aprieta y esa visión tan romántica se desvanece es que llega el momento de accionar la estrategia para devolverle el silencio a la habitación. Un ligero toque, un tenue empujón que se debe repetir en varias ocasiones. Hasta que el cambia de posición y cesa la música nocturna. Paz… Tranquilidad…
Ahora le toca a ella zambullirse en su otra vida. Aunque esté dormida ella sabe que el está ahí. Y sueña que en su sueño entra en el sueño de él para soñar juntos.
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