Regaba las plantas todos los días. Se encargaba de salvar a sus plantas de toda peste que pudiese atacarlas. Pasaba horas viendo cada planta y anotando sobre ellas todo acerca de su condición y estado. Las plantas eran para él viejo como un sol sobre el cual giraba su vida.
Ya no tenía familia y estaba jubilado por lo que no tenía muchas otras cosas por las que vivir. Las flores, eran lo más hermoso; los limoneros, su mayor lucha; y las hormigas, su peor enemigo. Solo eso tenía y era de eso que se trataba su vida.
Una de esas tantas mañanas que pasaba observando sus estáticos amigos mientras tomaba mate con un poco de menta y lavanda— sacados de su huerta claro está — empezó a escribir en su libreta. Ese día empezó a anotar en su cuaderno describiendo a las plantas no como los seres que son sino más bien como amigos. “El limonero me saludó esta mañana y extendiendo la mano me dio sus limones para que con ellos haga la limonada que tomaré al mediodía”-escribió sobre su ácido compañero. “La roza es mala como ninguna. Cuando la acaricio me lastima y con ella estoy enojado por eso”- Se quejaba con letra rápida y violenta en el cuaderno. Eso escribía el anciano que entre edad y soledad le entraba la locura.
Así mientras se consumía la sanidad del hombre que solía tener mujer e hijos, él dejaba de estar solo. Ahora lo acompañaban sus árboles frutales en el desayuno, los arbustos en el almuerzo y con las flores hasta compartía cenas a la luz de las velas a la noche.
Su vida siguió así y él era feliz junto a sus plantas. Pero cenar en vela no es recomendable para alguien que ya era senil y olvidadizo. En una de sus comidas, mientras le contaba al girasol una historia, hizo un movimiento brusco y se calló la vela. Con la vela empezó el incendio y se extendió hasta la casa del viejo.
Los bomberos llegaron 10 minutos después. Apagaron el fuego del hogar del señor y después se dispusieron a ir a apagar el fuego en el jardín. Allí sin embargo no encontraron más fuego que el que salía del bastón de madera del viejo y las llamas que chamuscaron su cuerpo mientras su mano seguía aferrada a una manguera prendida. Las plantas, ellas estaban intactas.
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