Fueron los nietos los que se encargaron de la penosa tarea de decidir qué hacer con las cosas de sus abuelos recién muertos: sus libros, su ropa, sus cosas íntimas, sus pequeños tesoros. Recorrieron la casa pieza por pieza. Llegaron a la entrañable alcoba: cuadros, fotografías, velas a medio quemar, libros…
Al tratar de coger las almohadas de la cama destendida, no pudieron separarlas. Parecía que una fuerza invisible las unía. Tuvieron que sacarlas juntas.
Cuentan que, al cruzar el umbral de la puerta, oyeron un suspiro.
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