En la penumbra de la noche las estrellas brillan e incluso bailan algunas de ellas desde occidente al oriente, la leve brisa que levita tan suave como la tierna consolación de un niño, y lo único que perturba la placidez es un sospechoso crujido, un único crujido seguido de otro y de otro, a un lado la vida del bárbaro la chica de muchos marineros el majestuoso mar del pacífico, sorprende su ánimo paciente, el firmamento iluminado y las trasparentes aguas celestes dicho estruendo mece un navío fugitivo deteriorado, aspecto fúnebre o taciturno aquel barco que no es muy grande mas es imponente, el arranque y desgarramiento de las velas, destaca el ajetreo oxidado y sin ningún control ferozmente encalla en la isla de arena blanca, un último crujido se oyó, y el silencio por fin gobernó el ambiente dando escolta al inmenso lucero que posa sus divinos rayos de luz lunar.
Un joven nativo de piel morena como el caramelo, de cabello lacio y negro, vestía con pocas prendas notablemente hechas a mano y de materiales manufacturados, tenía una mirada fría y concentrada como si estuviera develando el destino del mundo con cada parpadeo que da y sus ojos atentos como si supiera con una exactitud sobrehumana lo que pasa alrededor suyo. Se mostraba sentado con una serenidad interrumpible, orando en voz baja a la luz de luna, despertando todos los espíritus de la jungla con la armonía de su rango vocal, sin perturbación alguna se levantó de la árida roca, tomo su cetro y puso en marcha su curiosidad con la voluntad robusta de los pasos que da, al acercarse al barco siente como un frio y estruendoso viento arremete contra él, un olor casi putrefacto posee uno de sus sentidos mas primitivos para el esto solo significa una cosa, un mal augurio la llegada o la espera a un desastre, una tragedia sin igual.
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