Seguía observando aquellas flores que tenía delante sin poder describir el cambio que percibía en ellas. Tenían la misma forma de siempre y estaban en el lugar exacto donde él mismo las había plantado. En principio, no entendía cómo ni por qué eran diferentes.
Cerró los ojos y volvió a abrirlos, pero el cambio era perpetuo. Tardó unos instantes en asimilarlo, y entonces lo comprendió.
Eran rojas. Había recuperado los colores.
Después de tanto tiempo en una vida sombría y grisácea, su capacidad para percibir los colores había vuelto. Entonces le invadió una alegría indescriptible y, liberado de toda sensación de pérdida, se acercó a las flores. Sintió en sus dedos la suavidad de sus pétalos y recordó que eran rosas.
Volvía a estar rodeado de rosas rojas.
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