«Ve tú Ana Maria, la casa está gris de tanto polvo.»

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Que no es que estemos gordos por el arte de sufrir sin medida por el futuro desconocido, y que eso nos ocasione un estado estacionario perpetúo con grandes ingestas de dulces o por el simple hecho de comer bollería, es que estamos rechonchos de polvo. No ese polvo que estáis imaginando, el polvo, las partículas que flotan en el aire y que al caer sobre una superficie, una sobre otra, una sobre otra, van formando una capa de suciedad.

¡Gordos de polvo!

Vos que sois inteligentes en demasía, diréis; pero que no tiene importancia, basta con asearse para dejar de estar gordos de polvo, además que es de mal gusto andar por la vida cargado de suciedad. No es así amigos míos, si bien el polvo está por todas partes, casi inevitable aunque limpies como condenado todos los días siempre habrá una mota en tu ser.

Polvo en las esquinas de los ventanales, polvo sobre los muebles, polvo sobre la mesa de centro del salón, polvo sobre los cuadros de los retratos familiares, polvo sobre los zapatos, polvo sobre el escritorio, polvo sobre el televisor, polvo y más polvo por cada rincón de la imaginación. Polvo, fastidioso polvo, imperceptible en ocasiones, anti elegancia en tantas, aroma a decadencia, aroma a olvido.

Polvo, día a día caminamos entre polvo. Polvo, compañero fiel de la vida, sentado en la otra esquina de la cafetería, esperando en silencio hagamos comunión con su presencia, ir de su mano y viajar al espacio para ser parte de ese polvo estelar. 

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