Hace poco, ¿en qué piensas? [Engel] En un susurro que se me ha escurrido de las manos; el aroma de su sexo en las madrugadas nocturnas; la sensación de sus rizos de sol entre mis dedos; los ojos de cielo que solían sonrojarme al posarse fijos en mí. ¿A dónde está? No lo sé. Alguien me dijo que se fue a África, pero no hace mucho que yacía todos los días a lado mío, al borde de mi cama; sus labios tibios patinaban por mi cuerpo; escondía sus manos en mi chamarra a la cintura, acariciando ligeramente mis pezones de pie. ¿Lo extrañas? [Engelchen] No lo sé. Estoy empezando a pensar que quizá y sólo lo soñé, que quizá (como siempre, todo el tiempo) me lo imaginé. ¿Ya preguntaste por él? A todos los climas, en todas latitudes, incluso –y sobre todo— a los pájaros ali-grandes porque –como ellos— tendía a desaparecer, volar. ¿Qué le dirías? Que no se angustie cuando estallo en llamarada; que su aliento me daba vida, me revitalizaba; que por más que busco sustituirlo (de cinco, de a cuatro, de a cien), no hallo con quien. ¿Y si jamás lo vuelves a ver? [Engelito] Tampoco estaría mal: mi ficción tendería a hacerlo más volátil, más inaprehensible, más viento. Y quizá sólo así, con el paso del tiempo, termine de una vez olvidándome de él. 

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