A Elvira
No es absurdo exaltarse por la madrugada
cuando te esfumas al firmamento y hacía un rato que
ambos conversábamos tranquilos.
Tú venías por el camino viejo,
irradiando un brillo etroboscópico
y yo tan solo con mi estupor, con mis pies descalzos.
La chica inspiró hondo para pedirme
que nos fugáramos
porque la irrealidad nos permite
trascender a lo desconocido.
Yo recuerdo una figura entre tus manos
y un girasol marchito,
es una inicua señal, advertían los mayores,
aunque la gente ya miraba suspicaz.
¿Por qué nunca nadie nos explicó
la forma de eludirnos a nosotros mismos?
¿Por qué no sabemos como mitigar
el desaforado deseo de quitar
tus cadenas de desposada por despecho?
Una fuga como dos adolescentes,
tan sencillo y sin prejuicios,
yo sabía qué querías,
me lo dijeron tus ojos.
Al cabo de las horas,
una voz molesta anuncia un nuevo día,
y ya terminada la jornada rutinaria
caminas con tu traje blanco
y el brillo onírico se ha perdido entre las nubes
del resuello pasadas las siete en punto.
Me miras con esa intempestiva ansiedad
y ya no me dices nada porque
solamente nos damos un saludo ocasional;
vas deprisa como si tu alma se la hubiera
llevado el vendaval de abril y tu perfume
me hubiera apremiado por mi osadía.
Ya te has marchado en el auto rojo
con una sarta de pretextos que ni
tú misma te puedes creer.
¡Regresa por la noche! Es mejor así.
OPINIONES Y COMENTARIOS