Hace algún tiempo que vengo jugando un juego de guerra en internet, de esos en los que hay que unirse a una alianza y tener un castillo que se debe defender de los ataques de otros jugadores.

A diario atacamos a otros, intentamos ganar en los torneos e interactuamos en el chat de la alianza o en el global al que tienen acceso todos los jugadores. Sin embargo, hace tres días todo cambio. En el chat global había muchos mensajes en diversos idiomas, que por suerte el mismo juego traduce, sobre la muerte de la señora Dingwall. Según pude saber murió en un accidente de tránsito el 29 de enero.

Se hicieron varias cosas para honrarla, si, honrarla, en ese mundo de bits y dibujos tan ajenos a nuestra realidad, pero a la vez tan presente. Se cambio el nombre del servidor a Mrs.Dingwall, y se rodeó su castillo con acampes de tropas de todos los jugadores. Miro la imagen y siento como si cada uno de nosotros estuviéramos allí con antorchas, rodeando su féretro.

A lo largo de la historia los seres humanos buscamos formas de honrar a nuestros muertos en el mundo real y ahora también en lo virtual, realizamos nuestras ceremonias y duelos de la mejor manera posible, y ahora inventamos nuevas formas de honrar, en este caso en el mundo virtual. Estas exequias virtuales llevan ya tres días, posiblemente más de lo que dura en la vida real y los mensajes de condolencias no paran de aparecer.

Personalmente nunca interactúe con ella, tengo entendido que era inglesa, pero de alguna manera me conmueve al igual que a los demás jugadores que su hija de cuatro años y su marido la hayan perdido.

Algo tan trivial como un juego puede movilizar nuestros sentidos hasta límites que nunca imaginamos, uniéndonos a otros y sintiendo compasión por alguien que nunca conocimos, que ni si quiera supimos de su presencia hasta que ya no estuvo en este mundo. Hasta siempre Mrs.Dingwall.

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