Infraordinario
Gustavo siempre había tenido un ojo afilado para lo infraordinario. Aquellas pequeñas cosas que pasan desapercibidas para muchos, pero que para él eran como pequeños tesoros ocultos en la rutina diaria. Así que cuando escuchó hablar del concurso de textos infraordinarios, supo que tenía que participar.
Era un Domingo invernal y Gustavo se encontraba sentado en su escritorio con su ordenador. Había pasado horas pensando en cuál sería el tema perfecto para su texto, pero no le venía nada a la cabeza. Finalmente, decidió centrarse en un momento que siempre le había parecido interesante: el momento en que apaga la luz principal de su dormitorio y enciende la lámpara de noche.
Gustavo escribió con pasión sobre cómo la oscuridad invadía la habitación y cómo la luz tenue de la lámpara creaba un ambiente mágico y acogedor. Describió con soltura y precisión cómo la sombra de los objetos cambiaba y cómo el sonido del reloj en la pared parecía exacerbarse en la oscuridad. Gustavo sonrió satisfecho mientras releía su texto. Era una descripción detallada y poética de un momento tan cotidiano como apagar la luz y encender la lámpara de noche. Fantástico, se dijo a sí mismo.
Gustavo cerró su ordenador y se levantó de la silla. Apagó la luz y caminó hacia la lámpara de noche. La encendió y se detuvo por un momento, admirando cómo la habitación se llenaba de luz tenue y como daba comienzo el baile de sombras. Pero algo le desconcertó.
Se dio cuenta de que la sombra de los objetos en la habitación no eran las mismas que había descrito en su texto. Las sombras eran distintas y el tictac del reloj de pared parecía atenuado y arrítmico. Gustavo se quedó atónito, ¿cómo podía ser que lo que había escrito en su texto no se correspondiera con la realidad? ¿Era posible que escribir con tanta exactitud aquella escena le hubiera cambiado su percepción de la habitación?
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