Un relato infraordinario.
Colocó el letrónomo todos los signos en su sitio, todos menos uno. Fue un secuestro, lo supo de inmediato. Fue el recuerdo de un suceso símil quien se lo dijo. El crimen cometido por Perec que un Vocel robó del reino de lo común.
Se volvió loco, buscó en los rincones y sólo confirmó un secuestro, o peor un robo por mero entretenimiento. Hombres que sólo quieren ver el mundo encendido.
Sospechó el infortunio de los vivientes, todos confundidos sin cuestiones y sin resoluciones. Trueques de engorrosos envoltorios rellenos de conceptos. Tuvo miedo, por un momento tuvo sincero miedo, verídico miedo… o sólo miedo, que le sonó mejor.
Tembloroso expuso su cuerpo y no encontró el desconcierto que esperó. Ninguno pensó mucho en lo que fue objeto de secuestro. Cierto que silencioso se mostró el vulgo, pero el letrónomo pudo ser perjuro convencido de que sólo él conoció su vedo. Sólo el letrónomo que vive de los signos y en quien los signos viven. Sumiso y excéntrico clérigo, cómo su dios veneró los términos desde pequeño.
Proselitismo, se dijo, tienen que conocer el hecho.
¿Cómo volverlos conscientes de su vedo? No vieron su hueco en el periódico porque no se leen periódicos en el siglo veintiuno. No se permitieron verse confundidos, pero si molestos, en sus redes donde todos escriben curiosos modos de los mismos términos. Fue preciso volverse intrépido y exponerles lo difícil que se vuelve todo sin eso.
Pero en monólogos ortopédicos siempre se enroscó el letrónomo y sin su signo predilecto el ibérico se vuelve engorroso; entre los dientes del letrónomo se hizo soporífero.
Frustró sus intentos y odió los momentos perdidos en exponer lo que sucedió; ellos no comprendieron lo inoportuno del suceso. El secuestro fue un éxito y en ese preciso momento el perverso lejos, muy lejos de sus dedos lo divisó.
Trecientos y unos pocos bien medidos y leídos de sus como hijos y en ninguno de ellos encontrose el pequeño. Ucrónicos términos utilizó, Y ni de ese modo logro verle.
Temió que los siempres se volviesen perceptibles en este modo triste. Con los hombros sumidos volvió.
Se sentó perezoso en el sillón y tomó el letronomicón. Leer fue lo único que se le ocurrió.
y entre el grueso volumen le encontró: el signo «A» que todo un viernes se perdió.
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