Optimista (infraordinario)

Admiro el color que el oxígeno extrae del hierro. Me gusta ver cómo la humedad, gradualmente, se condensa  sobre los tornillos y tuercas y al cabo de unos meses o años consigue el pigmento de tono ladrilloso, el Ferrite que alguna vez empleé para pintar al temple. 

Me gusta tomar atajos, caminar por zonas tranquilas, ajenas a la vertiginosidad de la ciudad. Las chicharras echan su canto acalorado en plena siesta, son mi ruido blanco más preciado. Todo está en calma si chillan, el invierno todavía está lejos y estamos a salvo de sus estragos. Arriba, los vehículos, el tráfico implacable. Abajo del puente, la frescura de la hiedra, el goteo, el paulatino deterioro de los andamios. Las hormigas pasando en camino sinuoso, ajenas a todo. Tengo cautela con ellas, odio que mi torpeza desate la tragedia en su laborioso mundo de cortar y cargar, caminar y llevar al hormiguero. Qué dios pudiera permitir que mi pie diezmara seres tan trabajadores. Qué otra explicación le encontrarían. Quizás en su mundo paralaleo exista un pequeño karma capaz de ignorar mi inexcusable desidia.

Hay que ver con qué alegría arrastran los restos de un escarbajo que las multiplica en peso. Entendieron bien que la unión hace la fuerza. Pueden socavar los cimientos de un edificio mientras las ves a diario y las subestimas. Vaya que sí. Nos sobrevivirán cuando acabemos con el mundo. Tengo esa fe. Soy optimisma.