Es la panadería de la esquina de cualquier barrio. Todos los días entran y salen las mismas personas – y algún que otro despistado – a por el pan, a tomar un café o a comprar sus sándwiches “to go”. Nada especial ni nada fuera de lo normal.
Vi esa panadería hace años desde la ventanilla del tranvía 16, cuando se paró enfrente del semáforo en la esquina de su calle. Algo me llamó la atención. La panadería me estaba llamando: “Yo te cambiaré la vida”, me decía.
“¿Qué dice?, no puede ser”.
La seguí con la mirada a medida que el tranvía seguía su curso. Me dirigía a un barrio distinto a una entrevista de piso, lejos de esa esquina en la que habitaba la panadería.
El destino caprichoso quiso que medio año después viviese a pocos metros de la panadería. Pasaba por delante de ella todos los días para coger el metro y la misma escena se repetía: los locales cogiendo sus cafés y sándwiches “to go”, y otros sentados bebiendo cafeína. Todo común y regular, aunque cada día sentía que ahí algo importante iba a pasar.
Dos años y menos dos meses después, una madrugada de un dieciséis de diciembre a las seis, ahí estaba yo, sentada en la misma mesa en la que solía tomar un café, comiendo una napolitana de chocolate en compañía. Esa persona me miraba, me sonreía y me quería. Me mimó en mi retorno solar con ese dulce, y claro, yo en agradecimiento finalmente le di mi corazón.
La panadería tuvo siempre razón cuando dos años antes me gritaba. “Yo te cambiaré la vida”.
Tres años después de esa madruga de un dieciséis de diciembre, aquí estoy en la misma panadería y con la misma persona intentando recuperar mi corazón.
-Regrésamelo de vuelta, por favor. Intenté vivir sin él y sin ti, pero es imposible, no puedo seguir.
Solo me devolvió una parte porque él quería mantenerlo para poder abrazarlo tan fuerte que, a pesar de la distancia, yo supiese que seguía ahí. Accedí, porque honestamente yo también lo quería sentir.
Estábamos en otra mesa sentados, con una perspectiva diferente a aquella madrugada de diciembre. A través del cristal puede ver el tranvía 16, y me pregunté: “¿Estará una chica como yo ahí sentada, mirando a la panadería y sintiendo la llamada?”.
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