La levedad de la presencia

La levedad de la presencia

Luz H. Baute

01/02/2023

Ahora que mi perro ha muerto… 

Me gusta escuchar maullar a mi gato.
Me gusta que entre por la ventanilla del baño en medio de la noche y venga a mi cama, a echarse sobre mis pies fríos. Mis pies siempre están fríos. A veces me pinto las uñas del color del incendio, por si les doy un poco de calor, pero no va. El gato lo consigue, ovillado, silencioso, negro, sin apenas moverse. Luego, por la mañana, se va. Como un fantasma. Hasta que aparece en la cocina mientras me bebo mi café con sabor a canela y cerezas. Eso no es un café de verdad, el de la tradición de la mañana, pero sabe distinto, a esquemas rotos. Mi gato. Se sube a la encimera, me mira, maúlla. Me mira. Me busca. No estoy segura si los gatos necesitan que los quieran. Si le acaricio la cabeza se va.
No duermo bien. No es porque tenga los pies fríos.
No sé si hay gatos en el desierto.
Ahora mi vida es un desierto. Todos los días de la semana. Todas las semanas del mes. Por los siglos de los siglos.
Es una suerte tener un gato negro que maúlla bonito.

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