El cielo se encontró de un color grisáceo, las gotas caían a mi alrededor formando charcos por todo el parque, mis zapatillas estaban humedecidas por el agua que había entrado a lo largo de la caminata, y cuando bajo mi mirada, encontrando mis pies envueltos en unas botas rosadas, la imagen de mi padre junto a una pequeña yo, se instala en mi mente como fuertes apuñaladas.
La emoción de una niña al saltar en los charcos de agua junto a su padre, simplemente disfrutando del momento, son aquellos pequeños detalles, tan simples, pero emotivos, que se guardan en el fondo del corazón y te acompañan por siempre. Algo que solo existía en mi imaginación, aunque deseara con todas mis fuerzas.
Pongo mi vista al frente saliendo completamente de mi imaginación y me detengo a observar una casa pequeña de tonos sombríos, sin embargo la falta de dinero que era notable no importó en lo absoluto, no cuando me di cuenta que por la ventana, podía divisar una niña alegre en los brazos de su padre, mientras su madre le daba de comer.
Aparto la mirada con las lagrimas mezclándose con las gotas de lluvia, la escena frente a mi calando cada parte de mi alma y haciéndome reflexionar a profundidad.
Muchos padres creen que trabajando sin parar casi sin ver a sus hijos, les hará bien para un futuro mejor, que finalmente les terminarán agradeciendo y su sacrificio tendrá frutos, lo que por un lado está bien, pero yo desde mi punto de vista, a mis dieciséis años creo que no sirve de nada en nuestro crecimiento como persona, que sin el afecto no vivimos bien, felices como debe de ser. Que la importancia de un padre es siempre estar ahí, apoyando y protegiendo, porque el amor supera cualquier lujo, cualquier dinero que ellos puedan otorgar.
Simplemente y en pocas palabras, porque el amor está por sobre todas las cosas.
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