Iba a salir a dar un paseo, pero llovía. O quizás no, caían tan pocas gotas que costaba llamarlo lluvia. Aun así, decidí ponerme los zapatos viejos que conservo para estos casos insólitos. Me vestí, me puse los calcetines y saqué los zapatos de su caja. Al ponerme el izquierdo, siempre me pongo primero el izquierdo, noté algo duro en el interior, un objeto extraño. Lo saqué y resultó ser un par de páginas de periódico bien arrugadas y apretadas. Habían adquirido la forma de la punta del zapato, una forma de medio proyectil o medio supositorio gigante. Lo desplegué con mucho cuidado, no fuera a desmigarse. Las noticias que daba eran de hacía por lo menos tres años. Eran noticias tristes, amargas, sobre la sequía que ya entonces preocupaba mucho a las autoridades, sobre niños violados y guerras en lugares remotos, un golpe de estado en un país de nombre acabado en «istán», mujeres obligadas a vivir esclavizadas, hombres que habían perdido sus empleos y vagaban por las calles pidiendo algo… Parecían noticias de ayer mismo. Volví a arrugar el papel, conseguí que volviera a adquirir su forma semicónica roma y lo coloqué de nuevo en el zapato. Puse los dos en la caja, la guardé, me desvestí, bajé la persiana de mi cuarto y me metí en la cama. En la penumbra me percaté de que una pelusilla de esas que pululan por los dormitorios yacía encima de la almohada. La cogí con delicadeza con los dedos índice y pulgar de la mano derecha, extendí el brazo y la solté lo más lejos que pude. No la he vuelto a ver, se fue sin despedirse.
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