Empezó como una brisa suave de otoño. Acariciando mis mejillas se iba haciendo remolinos de aire en mis oídos que no podía oír pero si sentir como mis orejas se iban enfriando. Subía mi bufanda para no escuchar el zumbido que me recordaba abeja desorienta, mientras que por mi bufanda tejida a mano, se metía el helor del invierno. Mi cuerpo se protegía convirtiéndose en piel de gallina
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