Solo pensaba en él. En el momento en el que, después de cenar, se acurrucarían en el sofá y pasarían un largo rato juntos, hasta que el sueño venciese.

Llegó temprano, pensando en el encuentro. Eran tantas las ganas de estar con él, que creyó poder prescindir de la cena. Y allí, en el sofá,  deslizó sus dedos por la piel: recorriéndola, saboreando el instante… y, abriéndolo, continuó, ávida, la lectura por donde se había quedado la pasada noche.

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