Relato infraordinario

Año 2023.

El petróleo se agota. 

Reducir el uso de los vehículos que funcionan con hidrocarburos se ha convertido en una prioridad política.

El gobierno fomenta el transporte público.

Yo, como buen ciudadano, y no porque me preocupen mis finanzas, me muevo en autobús.

Y aquí me hallo, esperando el mío en la cola de la parada muerto de sueño.

Cada uno está absorto en su mundo.

El mío es una lista de música lofi.

Vislumbro una figura cuadrada de color burdeo en el horizonte.

Es el 27.

El de mi barrio.

«¡Sí!», celebro en mi interior.

Por fin, el vehículo llega a la parada.

Me pongo la dichosa mascarilla.

Saludo al chófer.

Al ver al resto de pasajeros con la nariz y la boca cubiertas, siento un impulso de gritarles que nuestros gobernadores quieren recordarnos que el covid sigue ahí para mantenernos asustados.

Me controlo.

Todos los asientos están ocupados.

Me sitúo en el espacio central del autobús, apoyando mi trasero contra la barra acolchada que se encuentra detrás de mí.

El mejor sitio para ir de pie.

Una muchacha coloca un carrito de bebé a mi lado.

Mira a su hijo con unos ojos donde cabe todo el amor del mundo.

Pienso que cada vez se ven menos madres de su edad.

En el asiento de las personas con movilidad reducida, está sentado un adolescente con el cabello azul brillante y el rostro blanco pálido.

Un anciano pasa con lentitud a su lado.

El chaval lo mira.

Esconde su vergüenza en su chaquetón.

Dirijo mi vista a la ventana.

Veo el reflejo de una pareja madura a través del cristal.

Ella, a pesar de su edad, posee una belleza natural de las que atraen toda la vida.

Él, desprende un carisma evidente con el que debió conquistar a su mujer.

Interrumpe mi observación el vocerío de unos niñatos que viene del fondo del autobús.

Cada uno intenta decir la mayor barbaridad para demostrar su hombría a sus amigos.

Me gustaría aconsejarles que  hablen desde el corazón y no desde el miedo.

Pero mi deseo de compartir mi sabiduría impertinente tendrá que esperar porque he llegado a mi parada.

Me bajo del vehículo mientras sigo escuchando lofi.

Resoplo al pensar en la caminata que he de andar hasta mi casa.

Estoy agotado. 

Pero, por lo menos, ya puedo quitarme la maldita mascarilla.

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