Aquella noche me sorprendió la lluvia en la casa de unos amigos en el campo. Eran las nueve de la noche, y me pidieron que no saliera a los caminos a esa hora. Prepararon una habitación. Acepté.
Pero un ruido pertinente me tenía sin poder conciliar el sueño. Era un reloj analógico, instrumento raro en estos tiempos, que no cesaba de producir un sonido seco y perturbador, tic, tac, tic, tac, y lo repetía hasta el cansancio.
Me quedé mirándolo. Antes de apogeo de lo digital, nadie se percataba de esos sonidos, que ahora se me antojaron como el umbral de entrada a una máquina del tiempo.
Llegaron a mis recuerdos los relojes redondos y pequeños, con agujas lumínicas, fosforescentes, o aquellos viejos y despampanantes relojes de péndulos, que en la casa de mis abuelos asustaban a los niños con sus campanadas horarias.
Se fue el sueño, en su lugar llegaron las preguntas:
¿Es el tiempo es una dimensión, una invención del humano, una flecha lineal o un aspecto real de la entropía?
Tic, tac, tic, tac, y su monótono golpeteo armónico, me mantuvo despierto hasta el amanecer. En la mañana, con sueño y la resaca de haber sido golpeado por el TIEMPO, manejé de regreso a la modernidad.
OPINIONES Y COMENTARIOS