El cuerpo entero paralizado, cada fibra de mi ser se fue tensando, intensificando un temblor solapado. Los vellos dejaron de languidecer y los fui sintiendo uno a uno separarse levantarse intentando formar otra capa sobre mí. La celeridad de la sangre como si estuviera cayendo en un abismo, el calor y el frío por la espalda. Tiesa inmóvil… no recuerdo si respiraba, no quería ver ni escuchar. Negro.
Recuerdo la luz que entraba por pequeñas banderolas y las sombras que formaban las estanterías llenas de tornillos, clavos, arandelas … todo era gris, negro, gris claro, yo había ido por clavos o tornillos o tuercas, lo olvidé. Era una tarde calurosa. Él me dejó elegirlos… me sentí incómoda, pero insistió. El aire era denso, entró gente y por un instante sentí el alivio de la cotidianeidad, todo está bien me dije, todo está bien… su mirada lasciva apareció de repente por detrás de unas cajitas de otro estante, bajé la mía súbitamente, no pasa nada no pasa nada me repetía internamente, pero todo en mi presentía y sentía. Me preguntó por mi madre también habló de otras cosas, lo olvidé. Miraba su cara blanca pálida arrugada, su pelo canoso el armazón negro de sus lentes, sus labios moviéndose, en penumbras, pasaban muchas cosas y yo ahí estática. Negro.
Detrás del mostrador estaba a un paso de la puerta, él estaba a contraluz. Tenía una blusa de hilo color fucsia sin mangas que era de mi madre (increíblemente la seguí usando) lo miraba desde abajo con la cabeza gacha, él se asoma con toda su humanidad, subo mi brazo con el dinero apretado en la mano y me la toma, tenía una sonrisa una mueca carnal, sus ojos eran negros, llevaba como una túnica blanca o celeste de manga corta, podía ver el polvo del lugar a trasluz, habitaba un silencio sombrío. Negro.
Su brazo, era su brazo izquierdo, largo enorme descolorido lleno de pelos blancos, como el de un gigante, su rostro estuvo siempre en un vaivén amigable y lujurioso. Me tocaba los pechos y pude ver sus dientes, el calor que salía de su boca, me tocaba, sus dedos cadavéricos jugaban con mis incipientes pechos, sus ojos eran cada vez más grandes y más oscuros … no recuerdo si respiraba, no quería ver ni escuchar. Tiesa inmóvil. Negro.
Acurrucada en el sofá cama en posición fetal así, así me encontraron.
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