Parecía un cuadro, una imagen perfectamente construida. Las tijeras miraban a Sara o quizá era ella quien lo hacía.
Tac, tac, tac… Las gotas se precipitaban desde el grifo hasta el lavabo. Poco a poco taladraban su mente. Solo reafirmaban lo que ella estaba pensando. La ducha continuaba sonando, pero no tanto como el lavabo.
Sara se atrevió a hacerlo. Dejó llevarse por su ansiedad y agarró las tijeras. La escena se repetía: ambas se miraban, preguntándose si lo que estaba haciendo era lo correcto.
Dejó que las hojas afiladas rasgasen su brazo desnudo, mientras sus párpados la protegían de tal grotesca imagen. Con el escozor, abrió los ojos y recapacitó. ¿Qué estoy haciendo? Se preguntó.
Sara se miró el brazo y vio el corte que acababa de hacerse. Lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas, parecía que alguien había abierto el grifo desde sus ojos. ¿Cómo había llegado a ese punto? Se preguntó. Recordó la presión que había sentido durante todo el día, la sensación de no ser suficiente, de no ser capaz de hacer nada bien. Se sentía sola y atrapada en su propia mente.
Tiró las tijeras en el lavabo, parecía un cuadro, una imagen perfectamente construida.
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