Infinidad de pensamientos. Unos viejos y otros nuevos. Actitudes transitorias que forjan nuestras acciones. Mudamos de piel, pero sobre todo renovamos el abrigo de nuestra cabeza. Muchos por estética, otros por inicio de algo nuevo. Y otros, simplemente otros, por padecer de una batalla diaria contra el duro cáncer.
Cómo es que un pelo nos acompaña en cada segundo de vida, de la raíz hasta la punta. A cada hora vibra con nuestra alegría, miedo, ansiedad, euforia, y hasta con nuestra nostalgia.
En la vida de un canceroso se esconde el despido de una parte de su carta de presentación. En el momento del corte final. Durante las barridas constantes al piso, al sacudir los restos del último mechón, se escapa una parte rebelde, dispuesto a viajar y a unirse a los aires del resto del país, o hasta del mundo.
Ese pelo de una historia de inmensa lucha interna, que se libera de sus raíces y pasea por parques llenos de familias unidas donde se siente ajeno, paraderos libres de tensión y llenos de paciencia, algo tan requerido en el hogar de la cabeza de donde viene. Rendirse al sol en la playa donde probablemente no pudo exponerse por largo tiempo, acompañado de las risas y adrenalina de surfistas, algo que, probablemente, desapareció en su hogar por días de incertidumbre.
Puede ir y venir del lugar más desagradable hasta el más agradable. Del infierno hasta el paraíso. Desde avenidas contaminadas, hasta los aires más puros. Desde el transporte más hostil y acariciar diversas pieles de sangre hirviendo, hasta reposar por horas por el campo en el lomo de un animal acostado en el césped, encontrando serenidad.
Cómo pesa tanto el conocimiento de tiempo de vida, y qué tan ligero se muestra el viaje al azar de lo que dejamos al mundo. Un pelo testigo de tantas batallas recorriendo escenarios donde tal vez carecía en su origen.
Puede estar en muchos lugares.
Tal vez hasta nadando en el mismísimo mar, donde descansan las cenizas de su antiguo aposento.
Nunca lo sabremos.
OPINIONES Y COMENTARIOS