(infraordinario)

Es veinte de julio y los dos están tumbados en el suelo, bocarriba,
después de haber follado. Están cubiertos de sudor y miran la
lámpara del techo. La persiana está bajada y el sol, implacable a
la hora de la siesta, se escurre por sus agujeros. Al otro lado de la pared, en otro piso, alguien enciende la televisión. Se escucha un
estornudo.

—¿Cuántas veces te has enamorado?

Él recuerda la estampa de ellos frente a la ría. La montaña
gris y el trocito de mar al fondo. Está atardeciendo y la luna,
despistada, ha salido antes de tiempo. Todo el paseo está en
silencio y el pueblo, por un momento, parece aguantar la respiración mientras ellos sienten que el tiempo se para en seco.

Ninguna, dice él, trazando círculos imperfectos alrededor de su pezón izquierdo. En la calle, una ambulancia enciende la sirena. La televisión del vecino se ha ido a los anuncios. Ella le acaricia la espinilla con el pie desnudo y él se gira hacia su perfil bueno. ¿Y tú?, le pregunta.

La lavadora del piso de arriba está en pleno centrifugado. El
sudor de la espalda se les ha secado.

Es verdad, dice ella, estirando los brazos. Una de sus manos roza el gotelé de color blanco. Se ha hecho una herida, pero todavía no la nota.

—¿Cuál?

—Que yo creía que muchas, pero no.

Ahora los dos se miran. Ella sonríe con la boca cerrada y él
deja de juguetear con su teta. Le está acariciando la cara con el
dorso de la mano. Fuera, en la plaza, un par de adolescentes se
morrean en la entrada de un portal. Cerca, un poco más allá, una pareja mete en el maletero de un monovolumen un cochecito para bebés
y allí, a lo lejos, dos ancianos se sientan en un banco, cerca de
una fuente, para pensar en qué va eso de la vida y en lo rápido que pasa el tiempo.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS