Esporas

Relato infraordinario.

Aparentemente todo era quietud. Era necesario prestar mucha atención para percatarse de que en realidad todo se estaba disolviendo. Se encontraba ahí tirado, acostado sobre su lado derecho. Parecía un león dormido. Sentía un gran peso sobre él, como si una enorme montaña lo estuviera aplastando. Quería quitarse la ropa para sentirse más ligero, pero había perdido todas las fuerzas, apenas le quedaba energía para respirar. Oía las voces de las personas que le rodeaban, veía la silueta de sus cuerpos, pero no lograba reconocer lo que decían, no distinguía las palabras, tampoco sus rostros. Solo veía el contorno de lo que le rodeaba, no era capaz de percibir los detalles. El mundo carecía de textura. La palidez se instaló en su rostro, su mente se mostraba agitada, delirante. Se estaba apagando como se apaga un cigarro olvidado en un cenicero.

Le invadió una angustiosa sensación de sed. No podía mover la lengua, los labios y la garganta se le estaban secando. Lo mismo pasaba con las cuencas de los ojos. Empezó a babear y a sacar un líquido translúcido por la nariz. Se sentía frustrado. Su cuerpo empezó a temblar al mismo tiempo que iba perdiendo calor. El frío comenzó desde los pies e iba subiéndole hacia el corazón. En una brecha de claridad notó que el poco aire que llegaba a sus pulmones era también frío.

Cada vez se hacía más difícil respirar. Parecía que el aire se le escapaba por la garganta. La inhalación se volvía cada vez más corta y la exhalación más larga. Estaba completamente inmóvil, perplejo y sin apenas conciencia del mundo exterior. La última sensación de contacto con el entorno físico empezó también a diluirse.

Una inmensa paz se apoderó de él. No había experimentado nunca nada parecido, ni siquiera se asemejaba a nada de lo que había vivido hasta entonces. El sonido de la brisa se adueñó de él al mismo tiempo que todo lo demás, el canto de los pájaros, las voces de los niños, el ladrido del perro… todo, todo se fue desvaneciendo.