Aun llevo la cuenta de las manos que he tocado y los monitores que he observado, mantengo la esperanza en cada caricia que doy sin querer deber un abrazo después, sostengo miradas apagadas intentando transmitir fuerza y calidez. Y muero un poco más. Porque no puedo impedir que se marchen y evitar que sus párpados pesen por los años o la enfermedad, mis manos no tienen el poder de sujetarlos a resistir y luchar, solo puedo posarme al lado, tragar el sabor amargo y esperar.
El sonido del monitor es cargante cuando la vida se apaga y se va.
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