¿Cuántas has dejado tiradas en cualquier camino de vereda, o en tantas calles de las metrópolis donde vives o viviste? Sin duda creo, que nadie tiene un inventario de sus pasos por esta vida. De niños – no las tenemos tan claras, pues la fuerza locomotora que emana del centro de comando neuronal aún tiene cosas por aprender y madurar. Pero a partir del instante en que pisamos el acelerador de nuestro desarrollo locomotriz, son quizás millones las que vamos dejando atrás de forma clara; algunas tatuadas con las formas de las más ordinarias, y otras de las más finas y distinguidas marcas de la industria zapatera.
Cuántas calles recorridas, cuántas arenas pisadas, y cuántas de ellas abandonadas a su suerte después de haber prestado el servicio de soportar nuestro avance: siempre raudo, sostenido y decidido.
Me parece que realmente somos una especie privilegiada, pues tenemos la oportunidad de volver sobre nuestros pasos ya dados, y sin embargo, típico de todos los humanos, ingratamente, no miramos atrás, negándonos a percibir en la lejanía diacrónica, cuántas de ellas hemos plantado en los océanos de arena que contiene este viejo globo azul. En ellas está delineado un camino que conduce directamente a nuestra historia. ¿Será que el miedo a reconocernos y a que nos conozcan en esa diacronía recorrida, no permite que podamos volver sobre ellas y observar, quizás con la serenidad que dan los tiempos idos, lo maravilloso de nuestro andar, o lo torcido de ese camino de huellas trazado por el ejercicio de nuestra existencia?
No sé; pero hoy creo haber amanecido un tanto nostálgico y por ello creí necesario intentar mirar atrás, aunque desde que inicié esta reflexión – la mujer de Lot estuvo atenta, muy atenta, a lo que yo podía hacer. Quizás, pretendía advertirme sobre los peligros de desentrañar el rumbo a la inversa de mi camino de huellas. Seguramente no quería que volviera a sufrir,a padecer, lo que ayer.
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