SEÑALES RODANTES
De todos y de nadie. Pienso que fue diseñado para que así sea comprendido y utilizado.
En el vagón, todo convive razonablemente y hay arte más allá de la funcionalidad.
Las puertas, los asientos, los extensos tubos de acero, las ventanas, las luces, la gente. Las rejillas de la ventilación, acompañan desde el techo, al paisaje en perspectiva que se extingue hasta donde un cartel luminoso se alza. A los lados, surgen grafitis autoadhesivos, etiquetas coloridas y ordenadas. Son los signos de la vida misma: lo que somos y lo que deberíamos ser.
¡¿Acaso nadie los ve?!
Que las señales fueron dispuestas por los hombres, está claro, pero es su esencia, lo que establece la norma, lo que me atrae y me confunde; lo que me suscribe a la condición de curioso e intuitivo y me hace sentir raro.
¡La información está ahí! Es necesario abrir los ojos y mirar.
Prevención, organización, alerta permanente, grafismos codificados, riesgo controlado: CONDUCTA HUMANA.
No basta con esperar a que el tren se detenga y se abran las puertas. No basta con empujar o evitar los empujones. No basta con acomodarse en el mejor lugar. No basta con imaginar la mejor compañía ni elegir la música adecuada. No basta con ser uno más o uno menos; ni siquiera basta con ser uno mismo.
Lo que le da valor a esas cosas que se nos escapan, es ser el otro que nunca somos, aquel que no nos animamos a ser o no queremos ser.
Hay gente sentada en el suelo y algunos beben cerveza. Hay un gato en un bolso. Hay tres tachos de pintura. Una mujer embarazada y un anciano con bastón que aún siguen de pie. Hay quienes duermen con los ojos abiertos y desconocen la salida. Hay suciedad.
Todo es cotidiano y hasta lo más escandaloso es parte de la rutina…y las señales pasan de largo.
¡¿A nadie le importa?!
Mis ojos, hartos, buscan un punto fijo donde descansar y de a poco el murmullo colectivo, se vuelve un eco casi imperceptible.
Sin embargo, la voz del parlante, es aquello que aún no descifro. Enigma de mujer oculta que resuena en todos lados, pero no sé de dónde viene.
La voz anuncia insistente el destino, pero, a pesar de ello, no evita que te acerques y me preguntes:
– ¿Esta es Lomas?
Solo ahí descubro tus ojos.
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