LAS BANQUITAS – Relato – infraordinario

LAS BANQUITAS – Relato – infraordinario

Ayer deambulando por la ciudad, quise llegar al barrio donde consumí gran parte de mi extinta juventud. Caminé por cada rincón de aquella añeja comunidad – y parafraseando a Chejov, en su cuento: La Muerte de un Funcionario, de repente, estaba frente a un tren de nostalgia cuando me percaté de que las bancas que antaño estaban dispuestas alrededor del viejo roble de la casa cural, ya no estaban. Ahora, un espacio escuálido adornaba con su lúgubre y profundo vacío el frente de la residencia sacerdotal. Me detuve frente a aquel sitio y volví a escuchar la voz del poeta Jorge Campo -recitando los versos del loco Raúl Gómez Jattin, percibí la guitarra de Álvaro y el coro de Javier, Humberto, José y Newton, y ni qué decir del estruendo ocasionado por las cuerdas vocales del gordo al que apodábamos Juán Gabriel. Miré al vacío varias veces, y ese espacio me llevaba  a las voces de aquellos con los que degusté gran parte de la vida. Cubrí mi rostro con las manos evitando que los transeúntes vieran los hilos vidriosos emanados por mis ojos, cuando en eso, pude  observar una vez más, y quizás por última, al roble como siempre rey, en el centro de ellas tres – tres bancas de parque, de frío concreto, que alguna vez ardieron fogosamente por la incandescencia del poema leído con aroma a vino de consagrar, o de la balada bien hilada y casi cuento breve de Perales, o la alegría de nuestro vallenato: emparentado con la lejana juglaría de ultramar. Aquí sigo pensando ¿A dónde se fueron las voces de las banquitas, los versos de un poeta demente, la guitarra y los amigos? ¿A dónde? ¿En qué dimensión están ahora? Y ¿Qué de aquel trío de banquitas, de frío concreto, que alguna vez ardieron a ritmo del amor por los versos, la música y los amigos? ¿Qué habrá sido de ellas? 

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