Relato infraordinario

Últimamente, la tristeza me domina. Hay días en los que nada tiene sentido y todo me pesa, me asquea y me duele. Laburo en un lugar en donde no me tratan bien, realizo tareas que no son de mi agrado y la paga apenas me alcanza. Pero ahí estoy, sin ganas, sin voluntad. Existo, pero no me siento vivo, respiro y me muevo porque no tengo alternativa. Termino mi jornada rutinaria y arrastro los pies devuelta a casa. Abro la puerta, me dejo caer en el sofá. La monotonía me consume y me destruye. De pronto, un montón de amor me embiste. No me da tiempo de pensar o actuar, de un segundo a otro, mi mascota está sobre mí. Lame mi cara y con tanta calidez derrite la frialdad de mi corazón. No puedo evitar soltar una lágrima ante tal acto desinteresado y sincero. Me abrazo a su peludo cuello, mientras él chilla de emoción por mi regreso. Sonrío por primera vez en todo el día. Busco su mirada mientras trato de calmarlo. Mi nariz y la suya se juntan, siento su tibieza entre la humedad. Parece que se me reiniciara la vida. Me levanto del sofá y lo invito a pasear, aunque es él quien me invita a vivir.

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