Tanto esperó la llegada del efecto, que finalmente nunca apareció. Eso le ayudó a decidir. Dejaría las pastillas por un tiempo y es que el ser humano necesita sentir de verdad, no importa si es tristeza o alegría, pero que sea una sensación verdadera. Y de tanto girar en círculo, llorando, se le acabaron las lágrimas.
Fue en ese momento cuando descubrió mediante un maravilloso suspiro, que el alma debe drenarse para que esté limpia y el remedio infalible es llorar profundamente.
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