Cuando Pablo besó mis labios un halo de aire surcó mi boca. Sentí como el anhelo, el deseo, se apoderaba de mí. Fue una sensación desconocida.
—No puedo, —dije mientras retiraba mis labios de los suyos. Sabes que estoy casada.
Un leve suspiro, casi imperceptible salió de su boca. Agachó la cabeza y se marchó.
El áurea que envolvió la estancia era tan fría como la escarcha, podía cortarse el aire. Había cometido un error y Luis no se lo merecía. El surco que recorre mi espalda se puso tan tenso como un punzón. Mi corazón pareció encogerse ante mis pensamientos. Lo único descorazonador era esa extraña sensación de que algo oprimia mi estómago.
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