Jamás cambiaría de opinión. Pasear por el bosque, lejos del ruido, luces y aire contaminado de la ciudad era la mejor forma de pasar la tarde y despejarse. Especialmente en otoño, cuando, con cada pisada, podías escuchar el suave pero adictivo crujir de las hojas secas romper el silencio. Paso, ¡crac!, paso, ¡crac!, paso, ¡crac…!

¿Cuánto tiempo pasaría hasta que ese sonido ya sólo existiese en su memoria?

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