Nací en un hogar humilde.
Me engendró y parió un hombre ambicioso con el único fin de tener ayuda en el trabajo que desempeñaba para dar de comer a su numerosa familia.
Como cualquier recién nacido fui pequeño pero ya se entreveía que duraría mucho por la estructura sólida con que me formaron. Cuatro patas fuertes me sustentan y he sido capaz de aguantar tres generaciones.
Mi tarea consiste principalmente en facilitar el trabajo a los operarios. Tengo que soportar toda clase de pesos, ruidos, golpes, heridas, churretones de cola, barnices, etc.
He aguantado jornadas muy largas y agotadoras. Cada año que pasaba sentía que no podría resistir mucho tiempo más ese ritmo de trabajo. Mis fibras se estaban rebelando y se iban abriendo lentamente.
No le di importancia al cansancio durante un tiempo porque a mi alrededor enseguida hubo risas infantiles que me alegraban. No dejaban de probar las herramientas que estaban en mi canal dispuestas para practicar. Mi corazón continuaba latiendo a buen ritmo. En el exterior iba acumulando arañazos que me hacían con lija cuando la usaban con los nervios del aprendizaje; también aguanté muchos martillazos hasta que acertaban a dar en el clavo. He notado el calor de la sangre sobre mí cuando se han cortado con formones, destornilladores, cristales. Gajes del oficio.
Llegó un día que crecí. Me sustituyeron el sobre por otro más ancho y largo para permitir trabajos que, al cambiar los tiempos y entrar herramientas nuevas, se realizaban. También me repararon las partes dañadas y me sentí renovado.
He servido de apoyo a personas. Las he oído quejarse de los precios. De cómo querían determinados muebles. Decidirse por embero, roble, nogal, pino, etc. Se distinguir las diferentes naturalezas de virutas que caían sobre mí cuando trabajaban. Y hasta noto las diferentes manos que me tocan. Delgadas, nudosas, cortadas, recias. Algunas con menos falanges por algún accidente.
Me sentía contento cuando por la mañana llegaba el primer trabajador. Encendía la radio, cogía la libreta de notas guardada en mi cajón y leía los apuntes. Me usaba como escritorio. Con el metro y el lápiz iba haciendo mediciones una vez tras otra . Las máquinas se ponían en funcionamiento y el olor a madera llenaba cada rincón del taller.
Hoy estoy cada vez más solo. La familia me utiliza como objeto decorativo. Ya son pocas las veces que noto roce de manos. Intuyo que dentro de poco seré usado para dar calor.
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