El auditorio de la pequeña villa estaba lleno a rebosar. Esa noche se representaba por primera vez una aclamada obra sinfónica de un famoso compositor romántico y nadie quería perderse el evento. Los asistentes, desconocedores por completo del protocolo, deslucían el día festivo con sus extravagantes trajes de colores brillantes y corte vulgar. El director encargado de dirigir la orquesta, un hombre elegante y de buen porte, no pudo reprimir una mueca de desagrado.
A la hora fijada el director subió al podio, carraspeó levemente y dio sendos golpes con su batuta para centrar la atención de los músicos. Alzó los brazos lentamente para dar mayor énfasis al momento que más le gustaba y se quedó clavado en esa posición ante el estupor del auditorio. Los músicos se miraron unos a otros sin saber qué hacer. El director, con pequeñas gotas de sudor en la frente, interrogó al concertino con la mirada exigiendo una explicación. El músico se encogió de hombros y señaló la partitura. La tensión en la sala era máxima y el tiempo pareció detenerse en ese punto. Del murmullo general se elevó una voz: ¡baja los brazos ya y empieza de una vez, estirao! El director pareció ignorar la inaceptable salida de tono y miró hacia donde señalaba el concertino. En la partitura sólo figuraban pentagramas vacíos. No había ninguna nota en ellos. Podría interpretarse como que la obra era un silencio continuado de principio a fin, dado que muchos compositores vanguardistas pretenden explorar nuevas formas de expresión incomprensibles para la mayoría, pero no era el caso. En el centro de la partitura había texto manuscrito que decía lo siguiente: «nos declaramos en rebeldía porque no nos creemos suficientemente valoradas. A partir de ahora no se representará ninguna obra si antes no se atienden nuestras reivindicaciones. Les mantendremos informados».
Atentamente,
Las notas.
Música: sinfonía número 3 en Re mayor. Allegretto. Franz Schubert. Orquesta Filarmónica de Viena. Carlos Kleiber.
OPINIONES Y COMENTARIOS