LA MUJER QUE NO DUERME

LA MUJER QUE NO DUERME


(relato infraordinario)

Abro los ojos. Una gran imagen se revela sobre la superficie blanca de una de las puertas del armario. Me pregunto si siempre estuvo ahí, invisible, apagada durante el día. No me moveré. Estaré quieta hasta que desaparezca. Son cuatro líneas grises del ancho de un dedo y una de ellas atraviesa a las demás. Hay huecos conformando rectángulos artificiales. El conjunto puede parecer tan simple como un cuadro de Mondrian salvo por los medios corazones que se unen justo en el centro de la imagen. Agradablemente son cuatro y son los que hacen especial al conjunto. Esa unión que se retuerce y parece comenzar a girar como una hélice de caparazón. Se escucha en el exterior el aire azotando las ramas de los plátanos y el leve golpeteo de la persiana enrollada en su rendija. ¿Olerá a mar? Me pregunto si fuera huele a mar. Sonrío porque hoy las olas han debido de amanecer bien cabreadas para girar de esta forma las líneas. Las ocho en punto de la mañana. Se apaga la farola y se esfuma la enorme imagen en un pispás. Vuelvo a sonreír mientras que ahora soy yo la que se gira en la cama. Me tapo con la manta color crema que conserva sutilmente el olor a redil de oveja. Sus líneas merinas caen y se adaptan a mi abultada anatomía. En la habitación solo estamos tres. La cama, el armario y yo. Tres por tres. No cabe nadie más. Arrebujada en la postura feto dejo caer la cabeza para que ruede por el prado mientras la claridad del día pasa libremente a través de la reja de la ventana.

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