(Infraordinario)

Ella me atrajo desde que la conocí. Años después me envió solicitud de amistad a Facebook. Me asombró ver la invitación porque sólo hablamos una vez en la vida (y fue por poco tiempo). Al siguiente día empezamos a chatear. No sé de qué hablamos, pero lo hicimos por horas. A las cinco de la tarde me dijo que nos viéramos en la noche, para tomar un café. Estaba más espectacular que la única vez que la vi. Hablamos como si fuéramos amigos de toda la vida. Seguimos saliendo por un par de meses: fuimos a teatro, a bares, a caminar, etc. Por aquellos giros de la vida, una tarde me di cuenta de que un amigo también hablaba con ella (alcancé a ver retazos de la conversación mientras él escribía). Me pareció que hablaban con intensidad mayor a la que podrían tener dos amigos. Ese descubrimiento me sacó de carril de una manera desproporcionada. Nunca le dije nada. Simplemente me alejé. Ella no tardó en buscar otros horizontes. Hoy, cuando vi que le dio like a una de mis publicaciones, sentí la necesidad de explicarle lo insondable: sentimientos, malentendidos, decisiones acaloradas. Los humanos somos fosos llenos de pólvora. Todos los días, a toda hora, caen fósforos encendidos sobre la superficie. A veces aterrizan en regiones húmedas, pero, en otras ocasiones, el fósforo cae en en el lugar en el que está más concentrada la pólvora. 

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