Categoría: relato infraordinario
La pintura que ilustraba la tapa del libro de matemáticas era un carro con punta chata, todas sus esquinas aludían a rectángulos o cuadrados con bordes redondeados a la fuerza, no dejaba de parecerle el dibujo de una mente indelicada, gruesa, tosca. A los 7 años ya tenía claro qué le reconfortaba su mente y sus ideas; las formas con terminaciones agudas desataban su ingenio, una búsqueda permanente de refugio en la sofisticación;esas formas,más que un gusto, eran la sustancia que trae consigo la calma.
Aquello cuánto le resultaba estético, le confería esa sensación de completud transitoria que marcaba sus días.
El color amarilláceo de las tardes, como las formas «romas», amenazaban su sonrisa enclenque, la palestra de tonos térreos y cálidos mecían su cráneo hasta el dolor, un dolor espasmódico muy presente hasta los trece. Todo aquello que causa dolor se aleja de la estética, de la cadencia, las formas toscas entran forzosamente en el agua, el dolor es entrar en el agua generando resistencia, todo vibra bruscamente, sin belleza alguna; todo cuanto no se desliza, rasga, golpea y ante todo, genera frecuencias burdas, insoportables para una mente en sinapsis con la belleza.
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