Extraño las manecillas del reloj, esas que, con una simple mirada, me permitía saber cuánto faltaba para que concluyera un minuto. Ahora, los relojes digitales se olvidaron de los segundos, y cada minuto me parece interminable, mientras vigilo que el sonido del electrocardiógrafo de mi hijo, no se vuelva un triste zumbido monótono.
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