Liarme un buen día la manta a la cabeza y salir por peteneras al sol que más calienta, sabiendo que no harán falta alforjas para este viaje. Así, ligero de equipaje, dudar si quedarme un rato en Babia o estar en las Batuecas mientras hago un alto. Ir, después, de la Ceca a la Meca cuando no haya moros en la costa para saltar por los cerros de Úbeda. Vagar sin rumbo fijo y no andarme con rodeos hasta creer que todo es Jauja, volver del quinto infierno y, por fin, sacudirme el polvo del camino.

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