Ella se levantó de la cama presumiendo de anatomía. Sentada frente a la mesa situada a modo de escritorio, tomó uno de los folios comenzando a hacer dobleces en él, repasó concienzudamente cada uno de los pliegues, estampó sus labios en el fuselaje y, arrobada, encaró los ojazos de aquel párvulo yacente que vivía en la inopia, lanzando su presente como una jabalina:

– ¡ Toma, para que cuando salgas de aquí viajes a lo grande !

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