Cada domingo repito su ritual. En un absurdo intento por revivir, recurro a las postales. Ella decía que mirarlas era un modo de viajar. Las repaso una por una y siempre me detengo en Syros. Una postal melancólica, triste diría.

Cuando la tengo en mis manos, nos recuerdo fantaseando con alguna taberna frente a un rojo atardecer mediterráneo y el rebétiko desgarrándonos tangamente. Y cada vez que la devuelvo al montón, prometo viajar a esa isla que de tanto soñarla ya nos pertenece.

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