Los gestantes podemos escuchar la voz de nuestros progenitores, maldito sea este don. Si se preguntan el porqué de esta apostasía a pocos días de comenzar mi viaje por la vida, les diré que me es subrayada por los gritos de mis padres. Los de él, maldiciones dictadas por el demonio del alcohol. Los de ella, alaridos de horror, que suplican que no la pegue, que ruegan que piense en el hijo que no tendrá, ése que yace encogido, desvalido, con los oídos tapados mientras la luz lo va cegando.

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