Nunca terminamos la cena prometida.

De hecho, fue la última vez que sentí tu aliento entre las flores.

Susurraste aquella vieja canción de cuna mientras deshilabas tu mano entre mis dedos.

Yo, ciego, tú, ausente. Ambos llevados por distintos vientos, sin saber cuál era el de la vida, ni a quién le tocó el más frío, el de la muerte.

Caíste cercenada.

Tu tiempo ya no era mío.

El cielo se interpuso entre nosotros.

Anocheció definitivamente.

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