Mi error es evidente e irreversible. Lo dijo Francisco: “No lo pospongas, te vas a pudrir el alma”. Seguí enajenado, insaciable, vanidoso y cruel. Pisoteé a mis compañeros, despedí ineptos y lisiados emocionales. Fueron sodomizados y convertidos en estatuas salinas.

Veo esa túnica naranja y la sonrisa de Paco. Sé que el poder del dinero rebasa la ciencia, pero no a Dios. Es tarde para la marcha, estoy degradado del cuerpo, lamento haber envenenado tanto mi alma. ¡Adiós, Tíbet! !Jamás te viviré!

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