Por favor, que no os confunda nuestra enormes y multiplicadas sonrisas. Las imágenes llevan en su esencia la corrosiva potencialidad del engaño. Esta foto es la de una triste historia con final feliz.
Dos fotos unidas tras un viaje espacial de 25 años. Dos protagonistas involuntarios envueltos en la fugacidad de un viaje en el tiempo. Entre ambas, un paréntesis de tristeza e incómodos silencios. Preguntas sin respuesta. Dulce y eterno letargo donde dejamos de ser padre e hija, hija y padre.
Se abrió el paréntesis. Alguien en 1991 encargó revelar esta foto y la enmarcó. Colgada en la pared en casa de mi abuela, contemplaba muda celebraciones, observaba la estampa familiar tomando las uvas en cada campanada que conducía a un nuevo año, escuchaba confidencias familiares, sonreía tímida y se ruborizaba, mientras estática, pasmada, quieta, se preguntaba dónde estaba la niña y cuándo iba a volver.
La niña pasó 25 años más también entre otras cuatro paredes muy lejanas de allí, su nueva familia dentro de la casa y su nuevo apellido esperándole en el buzón. Caprichoso y egoísta destino incuestionable le tenían reservado. Rutina diaria simple y dañina. Sólo y todo eso. La eternidad de la firmeza de una decisión errónea mantenida por otros. Tan sencillo y tan duro. Pasó 32 años con el reloj detenido. Siempre fue niña. Nunca pudo preguntarse si el amor que le daban en casa sería igual a sobreprotección y si ésta a su vez era una forma de provocarle indefensión.
Las preguntas se hacían invisibles, las respuestas inexistentes.
Mientras la niña permanecía intacta, sonriente, en la pared de aquellas dos casas.
Desperté a los 25 años de esta foto. No pude ver cómo mi padre rehizo su vida, ni su tristeza por no tenerme. No pudo ver cómo me hubiera gustado apuntarme al equipo de baloncesto, cómo me dormía pensando en él. Mi mayoría de edad, mi fiesta de graduación en la universidad. Mi boda con mi marido.
Cuando estaba a punto de cerrarse el paréntesis nos miramos. Fue el momento de los puntos suspensivos. El instante en que decidimos que ningún otro planeta ni estrella en la Galaxia interrumpiría más nuestro álbum familiar. Y ésta es su flamante primera foto recién estrenada. Con ella cerramos el paréntesis.
Entonces supe que sólo hay un momento que puede ser mejor que cualquiera de los que nos aguardan en el futuro, y es el presente que nos envuelve y nos traslada a cada segundo hasta él, se materializa y se vuelve real. Creo que recibe el nombre de vida.
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