¡Antonio, por favor, estate quieto, que se te va a salir el líquido de embalsamar por el oído derecho! ¿No ves que te tengo que atar bien, no vayas a caerte? Qué buena idea tuvo tu madre cuando nos compró estas cortinas. Mira que son feas, pero esta cuerda tan gorda que parece de amarrar barcos me viene ahora de perlas para sujetarte. Así, muy bien, bien tieso, presidiendo el salón. Que te vean bien los invitados. ¡Y qué guapo te han dejado! Ni te imaginas lo mal que lo pasé cuando me explicaron cómo te iban a conservar. Tanta sangre que te sacaron, pero no por el brazo, no. ¡Por el cuello! ¡Y con un tubo! Qué brutos. A ver, déjame ver si te dejaron marca…Qué buen jefe fuiste, tantos años en esa empresa y vienen a tu cumpleaños; no es para menos. Ay, qué bien hueles. Te he echado Varon Dandy, que sé que es tu colonia favorita. A ti nunca te gustó mucho el agua pero te lavaron bien, por lo que veo. A su manera, claro. Aun así, un poco de fragancia nunca está de más. Y con este traje azul marino, bien planchadito, te da un aire muy distinguido. Negro no, que ya sabes que el negro es muy triste, y hoy es un día para estar alegres. Que tú dirás que para qué tanta historia si os conocéis de toda la vida, pero la buena impresión siempre hay que mantenerla. Muy bien, así estiradito, sigues imponiendo como el primer día, pero es que fueron muchos años de director general…Eso no se dice así como así.

¿Te acuerdas de cuando te ascendieron, que lo celebramos con un viaje a Londres? Tú duro y dale que querías ir al Museo Británico, a ver las momias. Y yo que no, que mejor Egipto, que si quieres ver momias mejor Egipto, a dónde vamos a parar. Pero a ti te daba miedo ir allí, la verdad es que nunca supe por qué. Así que nada, Londres. ”¡Menudos sarcófagos!”, me decías. Y te preguntabas cómo se sentiría uno ahí dentro metido. Pero tú nunca vas a sufrir eso. Tú mismo te respondías y decías que claro, los faraones ya estaban muertos cuando los metían ahí. Pero qué pena que no sonrías un poco más, no sé por qué tienes esa expresión tan seria en la cara. Bueno, ¿qué pasa? ¿Tan fea soy? Que me tienes muy vista, hombre. Podrías abrir alguna vez los ojos, aunque fuera. Por lo menos tienes buen color, ni ojeras ni nada, no como yo. Es que no sabes lo mal que lo pasé con tu embalsamamiento, ni te lo imaginas. Cuando te sacaron el corazón y yo me decía desesperada: ¿mi Antonio sin corazón? ¡Cómo es posible! ¿Y sin intestinos tampoco? ¡Ay! Pues a lo que iba, que decías que te daban cosa las momias de Egipto, pero luego bien que le cogiste el gusto a esto. ¿Te acuerdas en México, en el Museo de las Momias de Guanajuato? Cuando el guía nos estuvo explicando la historia de las momias y había una a la que no quitabas ojo. Una señora a quien le daban ataques epilépticos que solían durar veinticuatro horas, pero esa vez tardó más en despertar y por eso se pensaron sus familiares que había muerto. Tenía los brazos en escudo. Así, así, ¡pero mírame, hombre, que parece que estoy hablando con la pared! Porque cuando despertó la pobre se vio enterrada y quiso salir empujando pero qué va, ahí se quedó. Yo no quiero que te pase eso, querido, no soportaría verte en una caja…A ver qué hora es…Bueno, todavía queda un rato para que lleguen. A las nueve les dije que vinieran, para que luego no se haga muy tarde. Toda la mañana me he tirado cocinando pero ha merecido la pena. Seguro que estarán encantados con el menú. ¡Ay, mi Antonio, qué orgullosa estoy de ti!

Pero el viaje de tu vida, no me lo niegues, fue Rusia. Tú duro y dale que querías ir a Moscú a ver sus iglesias con cúpulas de cebolla y sus museos y su bla, bla, pero qué va, qué va, que tú lo que querías era ver el Mausoleo de Lenin. No me lo niegues, siempre fuiste algo morboso con esas cosas, ¿o no? Ahí estaba ese señor ahí dormidito, estos guardias de seguridad, más tiesos que tú, por Dios, que no te dejaban mirarle bien. Íbamos todos caminando a paso lento pero firme, que cualquiera se paraba. Tú también ahora estás firme y brillas tanto o más que él. A ver qué se piensan estos rusos. ¡Qué buen color tienes! Ni ojeras ni nada. No como yo. Que lo he pasado muy mal, Antonio, muy mal. No veas la de veces que le he rezado a la Virgen para que todo saliera bien. Es bonito que te recuerden y que te quieran ver aunque ya no seas su jefe. Les llamé a todos uno por uno y todos estuvieron encantados con la idea de celebrar juntos tu cumpleaños. Qué buena gente, ¿verdad? Bueno, yo aquí hablando y hablando y esta gente que no viene. ¿Pero qué formalidad es esa? ¡Les dije que vinieran a las nueve! ¿Tú lo ves normal? ¿Que no te zarandee, me dices? Te zarandeo si me da la gana, que para eso soy tu mujer. Habrase visto. Que te estés quieto, que vas a romper las cortinas, hombre. ¡Pero bueno! ¿Por qué te caes, si apenas te he tocado? Y cuidado con la cabeza que se te va a deformar. ¿No ves que el cerebro ya no lo tienes ahí? Oye, no pensarás quedarte ahí tirado como si nada, ¿verdad? Anda, y encima se te cae la peluca. Que sepas que yo no te pienso levantar, que me duele la espalda. ¡Ahí te pudras!

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