– ¿Tu estás seguro de que esto funcionará, primo?-
– Pues no tengo ni idea, Ana – soltó casi en una bocanada de aire mientras acercaba las dos fotografías, entre nervios y dudas. La noche era veraniega aunque una suave brisa les salpicaba desde el río.
– Mira que a mí estas cosas no me hacen gracia – añadió Ana al tiempo que acercaban sus manos lentamente. Cuatro velas plantadas en círculo iluminaban con esfuerzo la escena. El tronco de un enorme eucalipto, cómplice y único testigo de su clandestino encuentro.
¿Cómo habían llegado hasta aquí? En dos bicicletas ¿Por qué? Ninguno tenía una respuesta muy lógica y convincente, en realidad. Ana, embarazada de 4 meses, esperaba su primer bebé con entusiasmo. David, por su parte, no esperaba gran cosa, alguna señal divina que le diera pistas sobre donde dirigirse, vitalmente hablando. No, no iba para cura.
Tres días atrás, tomando un té blanco en la Alameda de Hércules habían hablado sobre el futuro bebé. Aún no sabían el género. Ella le dijo que no les importaba, que lo importante era que todo iba bien. Entre el té verde y las cervezas posteriores (sin alcohol para ella), David tuvo tiempo para bromear sobre cómo se le había adelantado.
– Al final, prima, has ganado la partida. Yo quería hacer bisabuela a la abuela pero no me dio tiempo. Se nos fue muy pronto. – El sorbo de té negro se le atragantaba justo después de esta frase, como a veces sucede con el pasado- pero me alegra mucho que tu hayas continuado por fin la saga- le confesó esbozando una sonrisa.
La tarde rojiza recogió sus pinceles y acuarelas para otro día, dejando paso libre a las estrellas y al manchurrón de tinta oscura que cubría todo el cielo. Una luna recelosa fue apareciendo por las azoteas de tono albero, otorgando un protagonismo inusitado a antenas y sábanas tendidas.
Los primos habían seguido calurosamente hablando e imaginando lo bonito que habría sido darle a la abuela un bisnieto. Recordaron las comidas de domingo, los paseos por el parque, los baños y aventuras de playa y de nuevo esa sensación irreal de ausencia, incompatible con la vida. Que alguien nos siga siendo, sin ya existir. Con más nostalgia que otra cosa, pensaron en hacer un simbólico encuentro al cabo de varios días. Ese encuentro familiar que nunca se pudo realizar, como homenaje a la abuela Chon. Tras abrazarse y citarse a los tres días, dieron por concluida la cita, no sin antes visitar el aseo. El té multicolor era muy diurético.
Tan pronto como unieron sus manos, ya de vuelta a la ribera del río, concentraron sus miradas en las fotografías. Unos instantes después, el viento sopló más fuerte. 35, 40 nudos por momentos, habría marcado un anemómetro, si hubieran tenido. No tenían, asi que era a ojo de buen narrador. Tres de las velas se apagaron. Apretaron con fuerza sus manos, por suerte llevaban cortadas las uñas. Por un momento se preguntaron en qué dichoso momento habrían decidido hacer aquello. De repente, algo volvió a brillar a su alrededor. Un grupo de luciérnagas apareció y se fueron acercaron muy despacio desde todos los lados. Revoloteaban y se posaban en el suelo, en las ramas del eucalipto, en sus piernas y brazos. Las más despistadas se iban a la carretera. Estaba claro que esas no estaban a lo que tenían que estar.
– Primo, esto es cosa tuya, ¿no? Me está dando un poco de yuyu – admitió con atropello y visiblemente alterada.
– Que no, Ana, que no. Yo no tengo nada que ver. Me encantan las sorpresas, pero esto no sé de qué va. – concluyó con la ilusión de un niño y pensando en que había olvidado su cámara de fotos, porque fuera lo que fuera lo que estaba pasando, la verdad es que era muy fotogénico.
Los pequeños insectos emanaban una luz blanca haciendo la noche un poco menos oscura. Por fin, dos de ellos se posaron sobre las fotografías. Y allí estaban. Ella y quizás él o tal vez ella. Jugaron en el aire, desprendiendo una estela casi plateada, mientras Ana y David atónitos, soltaban una sonrisa como cuando escuchas a un turista pronunciar una calle con un acento raro y ya a la tercera ocasión le entiendes y le intentas ayudar, después de decirle “uhhh, ¡eso está muy lejos!”.
Sin palabras ni efectos especiales de película, sintieron el calor de unas arrugadas manos por un momento, el arrullo de una voz, un característico olor a coliflor con bechamel y pollo con ciruelas, muy familiar para ellos y una sonrisa de perlas. También la suavidad y el tacto de un bebé, sus gorgoritos y su dulce y fresco aroma. El ambiente se embriagó de tal forma que allí estaban, sorteando las leyes de la lógica y del tiempo, frente a frente, o más bien, luz a luz, conociéndose como ellos habían deseado.
En unos segundos todas las luciérnagas habían desaparecido y los dos primos quedaron a oscuras ¿Había sido un sueño? ¿una intoxicación por frutos secos? Seguramente no. Llevaban tiempo sin comer cacahuetes. Ambos estaban muy seguros de lo que había pasado, por difícil que fuera explicarlo. Casi un siglo de distancia y leyes inexorables, rotas en ese momento mágico.
– Esto no se lo va a creer nadie, primo. Ni Ibán, ni Cristina, ni la madre que nos parió – exclamó por fin Ana, rompiendo el silencio y la tensión del momento.
– Desde luego que no. Pero ¿qué más da? Oye, parecía que era niño, ¿no? – preguntó él, ensimismado todavía por el acontecimiento (y aunque no lo reconociera, por no llevar encima la cámara de fotos).
– Ay, primo, qué importa eso ahora. Lo importante es que todo venga bien. Como hasta ahora…
*Mamihlapinatapai: Una mirada entre dos personas, cada una de las cuales espera que la otra comience una acción que ambos desean pero que ninguno se anima a iniciar.
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