Cada vez que íbamos a visitarlo, él sacaba con delicadeza una foto de la cartera y, emocionado, nos contaba aquella historia como si fuera la primera vez que lo hacía. Apenas recordaba otras historias y mucho menos las más recientes, ni siquiera el recorrido de su paseo matutino o el resultado del partido.
Sin embargo aquello no lo olvidaba, era un niño cuando sucedió.
En los días anteriores al comienzo de la guerra, el negocio familiar era cada vez más próspero. En el escaparate lucía el género, sus brillantes engarzados en oro y los mejores relojes del momento. Dos jóvenes dependientes trabajaban en la tienda y ayudaban a su padre en la venta por los pueblos. Aquellas gentes humildes pagaban sus relojes a plazos religiosamente. Los más pudientes venían a la ciudad a hacer sus compras y pagaban al contado. Transcurría la vida sin sobresaltos, disfrutando del bienestar y la seguridad económica que le aportaba su esfuerzo. Días de trabajo, días familiares, noches de casino donde se jugaba y también se charlaba de política y otros temas de actualidad, corridas de toros y eventos culturales, la compra de una nueva casa…
Repentinamente todo cambió. La guerra estalló en las calles, comenzaron las detenciones y ejecuciones. Su padre, un hombre comprometido, sintió peligrar su vida. Una noche fria lo buscaron y lo encontraron, se lo llevaron, lo pasearon…pero no le fusilaron, tuvo la suerte de tener un primo influyente en el otro bando que con una sola llamada le salvó la vida.
Muchas de las personas que habían comprado joyas y relojes a plazos no tuvieron la misma suerte, algunos fueron fusilados, otros escaparon. Ninguno pagó. Ya no había tiempo para joyas ni brillantes en aquellos días, ya no había dinero, ya no había ganas. El género no pasaba las fronteras y la tienda se cerró.
Tenía entonces una hija y un hijo, siete y once años. Había perdido todo.
Mira unos segundos la fotografía antes de guardarla con mucho cuidado en la cartera y seca con disimulo sus ojos humedecidos y tristes.
La tienda se abrió algunos años más tarde, al finalizar la guerra. Otros percances y avatares hicieron peligrar su continuidad pero él ya no los recuerda, no es capaz de recordar.
Ahora la tienda es una tetería. De aquella esplendida joyería no queda sino este recuerdo y el reloj que llevo puesto.
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