Esta es la historia sobre el aroma de nuestra familia, una combinación de pequeñas fragancias ocultas en cada rincón de la casa. En cada descubrimiento soy capaz de recrear historias pasadas del día a día, bellos recuerdos que son mucho más que fotografías de nuestras vidas.

Me voy a dormir y me encanta sentir el calor de las sábanas recién cambiadas, suaves y limpias. Me abrazo a la almohada y me relajo al abrir el libro que estoy leyendo. Cierro los ojos unos minutos después para así disfrutar de unos instantes de sosiego. Adormilada adoro pensar en esos momentos que pasábamos juntas en la cama sin que pasara nada más que leer o cruzar una mirada y una sonrisa, cómplices. Me pedías que te contara alguna anécdota, ya que además de ser mi madre, deseabas ser mi amiga. Después de darnos los besos que habíamos reservado para nosotras, me preguntabas si podías darte la vuelta para quedarte dormida. Anhelo el tiempo en que podía mirarte reflejada en el espejo del armario, acercarme y respirarte, convencida de que nunca podría olvidar tu aroma. Hacías piruetas con el brazo para darme la mano y yo dormitaba hasta que me iba a mi cama y así hasta el siguiente día.

Me despierto por las noches con olor a mandarinas, todavía permanece ese aroma en mis manos y en mis mejillas. Recuerdo el sonido de tus pies descalzos mientras volvías de la cocina. Tenías el hábito de levantarte de madrugada para comer cualquier fruta. A veces te asomabas a mi cuarto y te echabas en mi cama, masticando el último gajo de tu fruta preferida. No te ibas nunca sin agarrarme la mano fuerte y acariciar mi cara hasta quedarme de nuevo dormida.

El olor de cada cambio de estación me recuerda a días vividos. No me extrañaría verte entrar para despertarme, como en esos sueños donde confundo la vida con una pesadilla y donde mi sueño eres tú, donde tú eres mi vida. Empezabas por darme besos hasta quedarte sin aliento. Sin tregua, subías la persiana hasta arriba y abrías la ventana. La luz y el aire frío invadían mi habitación anunciando el invierno. Me encantaba abrazarte al levantarme y respirar tu cabello recién lavado, dulce y suave. Acariciar con mi mejilla la tuya y recrearme en su suavidad para recordarla siempre.

Esta mañana ha llegado el olor a café recién hecho hasta mi cama. Es curioso que después de llevar horas preparado esté aquí para despertarme. Cada mañana me estabas esperando para desayunar juntas nuestro desayuno preferido, un café caliente y tostadas con aceite. Al acabar te asomabas a la ventana para mirar el cielo, asombrada por su color celeste y las formas que la condensación dibujaba. Te gustaba cerrar los ojos para concentrarte en el olor a césped recién cortado, pero estoy segura que de haber sabido a qué huelen las nubes, habría sido tu preferido. Por las mañanas en la terraza te encantaba estirar las sábanas al sol y acercarte a ellas para sentir el olor fresco a suavizante. Regabas las plantas mientras canturreabas y olías sus flores, hasta quedarte hipnotizada por el olor de los rosales. Adorabas el olor a colonia y coleccionabas pequeñas muestras para decidirte algún día por cambiar de perfume.

Reservo las ropas del fondo del armario que conservan tu fragancia, un olor que tenía todo aquello que cuidabas con tanta dedicación. Ese olor permanece en el tiempo e intentamos conservarlo cada día. Cuando me fui a vivir fuera, recuerdo que lo más especial que llevaba en la maleta cada vez que me iba era el perfume de nuestro hogar y de nuestra familia, ese olor único que ya nos pertenece. Cuando yo no podía venir a visitaros, le dabas a Jafi alguna ropa de casa. Allí me hacía cerrar los ojos y adivinar de qué se trataba. Lloraba pensando en cuánto os echaba de menos a papá y a ti mientras olía la esencia de nuestra familia en un trapo cualquiera.

Me pregunto si algún día seré capaz de sintetizar tu aroma y guardarlo en un recipiente eternamente. Sería muy difícil explicar a qué huele una mandarina si nunca antes has visto una. Más difícil aún se hace describir tu aroma, una dulce combinación de gel, perfume y crema que, junto con tu propia esencia, te hacían especial. Una deliciosa mandarina de ojos verdes y motas marrones capaz de deleitarte en cada gajo con una explosión de amor. El olor de una madre increíble, rebosante de cariño y ternura, capaz de transmitir un amor tan profundo que se respira en forma de fragancia en cada rincón de la casa.

Cada día respiro ese olor, ese amor que nos une y siento que es eterno.

A mi madre, mi “Mandarina”, que nos dejó el día 15-11-2015.

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